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199704
Abril 1997
ISAÍAS 9.1-6
[Las "horas joánicas" son propuestas para sostener la bùsqueda de Dios en el silencio y la oración. Se trata de dedicar dos o tres horas para leer en silencio los textos bíblicos que se sugieren y que van acompañados de un breve comentario y algunas preguntas. Más tarde, reunidos en pequeños grupos en casa de uno de los participantes, se comparte brevemente lo que cada uno cree haber descubierto, pudiendo eventualmente finalizar el encuentro con un tiempo de oración.] Isaías 9,1-6
En un sombrío periodo de guerras e invasiones, el profeta de Jerusalén ve una esperanza que no brota de los esfuerzos humanos sino de la fidelidad de Dios en sus designios de amor. Hace siglos el Señor lo había prometido al gran rey David: "Tu casa y tu reino subsistirán por siempre ante mí" (2 Samuel 7,16). Por la confianza en la promesa divina, Isaías celebra el nacimiento (o la intronisación) de un heredero real por medio de un oráculo donde ve ante todo la actividad de Dios que quiere dar a los suyos la vida en plenitud.
De esta manera, Dios hará que el pueblo, liberado de sus enemigos, disfrute de "una paz sin fin". La mención de Madián (v. 3, cf. Jueces 7) subraya que esta victoria es inexplicable por razones humanas, es del orden del milagro. Del mismo modo, al mirar de cerca, el rey es descrito como "un niño" y "un hijo", parece que no hace gran cosa; es "el amor celoso del Señor" que actùa, el rey por su parte vela sobre el nuevo orden instaurado por Dios. Y, de hecho, no se trata de destruir enemigos reales, sino que sencillamente los instrumentos de violencia serán consumidos en el fuego del amor divino.
La razón de ser y el contenido de este oráculo explican por qué el mismo podía permanecer de actualidad, incluso cuando el rey de la época decepcionaba las esperanzas puestas en él. Porque a pesar de los fallos de los soberanos tomados individualmente, la promesa de Dios permanece y, para quien cree, encontrará siempre su realización en un futuro cercano o lejano. Un día, ante los ojos de los creyentes, esa palabra se haría carne. No es sorprendente, pues, que los primeros cristianos vieran en Jesùs el "Príncipe de la paz" esperado: en su docilidad a la voluntad del Padre y su aparente debilidad en el plano humano, Jesùs permitió a Dios encender el fuego de su amor en la tierra (cf. Lucas 12,49).
Taizé
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